Llegó muy cansado, pues caminó desde el cine los Gemelos hasta las Americas, pero no entro a sentarse o a dormir o a descansar, se dio cuenta que era el primer momento desde la mañana que no dejaba de correr; el trabajo las horas extra, sus asuntos.
A esa hora ya los camiones habían dejado de pasar y un taxi era un lujo que no podía darse.
La dejo en la esquina de su casa como cada fin de semana; y después de la función de las ocho treinta, camino a paso veloz entre las colonias mas conflictivas. Lo mismo estaba acostumbrado y agradecido de que nunca le hubiera pasado nada. En algunos sitos los grupos de mal vivientes lo conocían, en otros prefería rodear. Siempre evitando problemas.
Se quedo mirando el interior de su cuarto de pensión, donde pasaba las noches desde que había cumplido trece años. Se quedo inmerso en un pensamiento que no lo dejaba tranquilo y le daba vueltas en la cabeza desde hace mas de un par de meses y varios años de relación.
Hizo unas rápidas cuentas en la cabeza, y termino sentado en el umbral de su casa.
No se atrevió a entrar. Pensó en el dinero que le tenia que mandar a su padre, en los gastos de la semana y recordó que el gas se había terminado esa mañana, tendría que poner el anafre si no quería bañarse con agua fría. La luz, el alquiler, los gastos alimenticios que ese mes por ajustes económicos se había reducido a frijoles con huevo y a güevo huevo como el solía decir así mismo.
Tenia una mesa pequeña que le había regalado una anciana vecina, donde todas las mañanas tomaba su café caliente, acompañado por pan de fiesta que compraba los domingos al salir de misa, y era exacto para el desayuno de toda la semana. Una estufa de dos parrillas con la manguera de gas parchada en varios lados. Una cama individual con dos cobijas, un pequeño roperito con tres pantalones de vestir, cinco camisas, dos pares de zapatos, unos para dominguear, y una chamarra gastada.
La alacena era una mesa de centro mal ubicada en la cocina. Media docena de platos y cucharas, dos vasos y una taza, una olla de frijoles dos casuelas, una jarra que aun existe y una huevera de TOPPER cuyo slogan era “Duran para toda la vida”.
El baño no era mas grande que un par de metros cuadrados, pero todo estaba extremadamente ordenado y limpio, muy limpio.
Algo mas triste que la pobreza es su suciedad, y el no era pobre, solo estaba temporalmente quebrado, eso es distinto.
Tenia unas ojeras marcadas de cansancio; se desato las agujetas de los zapatos porque los pies comenzaban a hincharse. Se acomodo el cabello con su peine pirámide y cepillo el bigote, se lo había dejado crecer después de volver de la capital, donde había pasado un año entero con su hermano, trabajando de yesero. Pensando en ella y en su regreso a Puebla, estaba convencido de algo, tal vez mas de lo que jamás estuvo en toda su vida.
La amaba.
Se levanto en el mismo sitio y recargo la cabeza en la puerta, mirando de reojo el interior de su casa. Golpeo con fuerza la lamina dura de la puerta reforzada y un perro comenzó a ladrar a lo lejos. Dio un largo suspiro y metió las manos en los bolsillo. De la bolsa derecha saco un calendario de bolsillo de la escuela nocturna y dos pesos con cincuenta centavos, se inscribió esa mañana. De la bolsa izquierda... su llavero con una foto de su madre y una caja ya maltratada que guardaba: sus ilusiones y sus ahorros... era un anillo de compromiso que lo acompañaba desde ya varios fines de semana y que le hacia temblar las piernas cada vez que la dejaba en la esquina de su casa.
El estaba convencido, realmente convencido de eso, como nunca mas volvería a estarlo en toda su vida.
La amaba.
A esa hora ya los camiones habían dejado de pasar y un taxi era un lujo que no podía darse.
La dejo en la esquina de su casa como cada fin de semana; y después de la función de las ocho treinta, camino a paso veloz entre las colonias mas conflictivas. Lo mismo estaba acostumbrado y agradecido de que nunca le hubiera pasado nada. En algunos sitos los grupos de mal vivientes lo conocían, en otros prefería rodear. Siempre evitando problemas.
Se quedo mirando el interior de su cuarto de pensión, donde pasaba las noches desde que había cumplido trece años. Se quedo inmerso en un pensamiento que no lo dejaba tranquilo y le daba vueltas en la cabeza desde hace mas de un par de meses y varios años de relación.
Hizo unas rápidas cuentas en la cabeza, y termino sentado en el umbral de su casa.
No se atrevió a entrar. Pensó en el dinero que le tenia que mandar a su padre, en los gastos de la semana y recordó que el gas se había terminado esa mañana, tendría que poner el anafre si no quería bañarse con agua fría. La luz, el alquiler, los gastos alimenticios que ese mes por ajustes económicos se había reducido a frijoles con huevo y a güevo huevo como el solía decir así mismo.
Tenia una mesa pequeña que le había regalado una anciana vecina, donde todas las mañanas tomaba su café caliente, acompañado por pan de fiesta que compraba los domingos al salir de misa, y era exacto para el desayuno de toda la semana. Una estufa de dos parrillas con la manguera de gas parchada en varios lados. Una cama individual con dos cobijas, un pequeño roperito con tres pantalones de vestir, cinco camisas, dos pares de zapatos, unos para dominguear, y una chamarra gastada.
La alacena era una mesa de centro mal ubicada en la cocina. Media docena de platos y cucharas, dos vasos y una taza, una olla de frijoles dos casuelas, una jarra que aun existe y una huevera de TOPPER cuyo slogan era “Duran para toda la vida”.
El baño no era mas grande que un par de metros cuadrados, pero todo estaba extremadamente ordenado y limpio, muy limpio.
Algo mas triste que la pobreza es su suciedad, y el no era pobre, solo estaba temporalmente quebrado, eso es distinto.
Tenia unas ojeras marcadas de cansancio; se desato las agujetas de los zapatos porque los pies comenzaban a hincharse. Se acomodo el cabello con su peine pirámide y cepillo el bigote, se lo había dejado crecer después de volver de la capital, donde había pasado un año entero con su hermano, trabajando de yesero. Pensando en ella y en su regreso a Puebla, estaba convencido de algo, tal vez mas de lo que jamás estuvo en toda su vida.
La amaba.
Se levanto en el mismo sitio y recargo la cabeza en la puerta, mirando de reojo el interior de su casa. Golpeo con fuerza la lamina dura de la puerta reforzada y un perro comenzó a ladrar a lo lejos. Dio un largo suspiro y metió las manos en los bolsillo. De la bolsa derecha saco un calendario de bolsillo de la escuela nocturna y dos pesos con cincuenta centavos, se inscribió esa mañana. De la bolsa izquierda... su llavero con una foto de su madre y una caja ya maltratada que guardaba: sus ilusiones y sus ahorros... era un anillo de compromiso que lo acompañaba desde ya varios fines de semana y que le hacia temblar las piernas cada vez que la dejaba en la esquina de su casa.
El estaba convencido, realmente convencido de eso, como nunca mas volvería a estarlo en toda su vida.
La amaba.